Hace casi un año tuve una idea para un poema. Se me ocurrió al pasar por delante de un bar en mi barrio, una tarde de invierno. Había anochecido y captó mi atención su luz amarilla, enmarcada por una gran cristalera.
Como un cuadro, o mejor, como un escaparate, distinguí el interior del local, con sus clientes acodados en la barra; tres o cuatro hombres, con el abrigo puesto, encorvados sobre sí mismos. Entonces me vino a la cabeza el archifamoso cuadro de Edward Hopper Nighthawks. Pensé que podría escribir sobre esa imagen, sobre la especie de hombres vencidos que dejan caer los hombros sobre las barras de los bares —aquí en Madrid como en Los Ángeles o Nueva York—. Tipos que se posan en los taburetes como los pájaros se posan sobre los cables telefónicos. Imaginé unas plumas escondidas bajo las mangas de una gabardina, una alas negras sin desplegar, ocultas. Y el contraste entre ellos, inmóviles, o bien bebiendo muy despacio; y las gentes de bien que regresan a su casas a cenar, cada uno a un lado del vidrio.
Pensé también en remarcar la figura del camarero, como una especie de jefe de ceremonias, un mediador urbano de la frustración cultivada delante de las cañas y las copas de coñac:
suerte de aquellos, garantes de la paz
que a golpe de cañas
destierran los miedos y la furia
que podrían tomar la ciudad
y clavarnos los picos en la nuca.
Del interior del bar, y como conclusión, saldría afuera, a ese yo lírico que advierte la verdadera naturaleza bajo el abrigo de los apacibles parroquianos. Alguien que se demora ante la cristalera y que siente una mezcla extraña, de miedo a volverse como ellos y de curiosidad y reconocimiento.
Le di vueltas a la idea meses y meses, escribí muchos borradores que no encajaban. Conseguí, con esfuerzo, dar con los versos finales:
Yo paso por delante de su nido
apuran sus colillas en la puerta
mi paso se apresura porque temo
tener más en común de lo esperado
que salgan de mis manos plumas negras
la boca se me curve
y me quede con ellos.
Me pareció una mala imitación de Fonollosa, pero no quería que ese recuerdo se perdiera para siempre, que escapara. Decidí por tanto, escribir estas líneas, en homenaje a las tardes de invierno y sus refugios.

Nighthawks. Edward Hopper, 1942