Tengo un jersey de lana negro
que me abriga por las tardes y conjura
la humedad de los rincones.
En un cajón aguarda,
imperturbable.
Ve pasar los inviernos,
es testigo de otras cosas
más fugaces;
las caricias, o los gestos
torcidos de los finales.
La costumbre que cobija
se me antoja,
unas veces, insufrible,
otras, en cambio,
el arrullo que me canta
desde el cálido refugio del sofá.
Mi jersey de lana negro
es un hábito que un día
quiero desmadejar,
desenhebrar entre mis uñas.
Luego, en cambio,
rescatado, entre sus mangas me acuna
en el cálido confort de lo diario.
Así es la voluntad, como las olas,
a veces quiere recorrer las calles
seguirme los pasos conocidos,
otras en cambio, enseñar las nalgas
y tirarse del balcón.
Es un día el mar, otro el asfalto.
Tengo un jersey de lana negro;
gastado, viejo,
que se pega a mi piel
y en las tristezas se enmaraña.