Noto , a mi espalda,
la comitiva que se acerca ,
que amenaza.
Una víbora multicolor es su vanguardia
y dibuja, sibilina,
el surco de mi descuido,
trenza de bufandas rehenes
de las sillas de los bares
en los huecos de la noche.
Le sigue el montón desordenado,
blando y negro,
de las gomas de cabello
sobre la repisa del baño
o arrebatadas por el mar,
en un golpe de ola.
Reptan sobre la tierra,
le allanan el camino a aquél
al que tuvieron preso
que huérfano de su melena primera,
me avasalla en tremenda bola peluda
que lame el suelo.
No he de volverme pues, tras de mí,
renquean los huesos de metal
de los paraguas víctimas del viento
que ondean sus girones frágiles y muertos
como estandartes de mi desidia .
Los calcetines de impar color
quieren morder mis talones,
las medias horadadas
se enredan en mis pasos
y golpean mis hombros
las listas arrugadas de la compra
que nunca obedecí.
Todos,
unos
tras
otros,
me asedian.
Inútil es mi huida
pues sobre todas esas cosas,
que pueblan mi camino
están ellas.
Las palabras
las palabras
las palabras .
Están,
las palabras,
invencibles,
a mi espalda.