Todas las mañanas laborables
se me hace el alma pequeñita
enfrentada a la tristeza
de este hueco, ínfimo, entre un brazo,
una espalda y una axila
en el vagón de metro.
Una parte de mí despierta entonces y querría
tirar del freno, romper los vidrios
aullar desesperada hasta que todos
fuéramos una jauría indómita
que camina por las vías como zombies.
Esa esencia, oscura y salvaje,
que conecta con la gruta, con la piel,
con el sexo oculto y replegado;
ese espíritu dormido cada día
al bajar en escaleras automáticas,
brotaría, libre al fin, indócil,
atávico, y con él, la tierra y las plantas
también abrirían su paso
entre las grietas del asfalto y el agua
brotaría de las juntas oprimidas de las tuberías.
Sólo hace falta que
ahora
cuando vuelvo a coger aire para no echar
en la cara del de al lado mi aliento matutino
alargue
así
la mano
hacia el martillo de emergencia.

Métro. Guy Masavi en Flickr.